lunes, 12 de julio de 2010

CIENCIAS SOCIALES

Proyecto de inmigrantes...

Mirar fotos viejas constituye un pasatiempo peligroso. Es cierto que, a primera vista, parece una actividad inofensiva. Pero es tal vez allí, en su aparente candidez, donde reside buena parte del riesgo. La situación toda habla de la parsimonia, de la mansedumbre, de la nostalgia, y no parece que bajo esa dulzura puedan agazaparse amenazas. Pero lo hacen. ¡Y vaya que lo hacen!

Para contemplar viejas fotografías uno necesita cierta disposición de ánimo.
Difícilmente emprenda la tarea al volver de un paseo dichoso o rodeado del bullicio de la familia en pleno en un día festivo. Nada de eso. Uno tiene que llevar en el alma, en el momento de la decisión, una extraña conjunción de tristeza y de algo perdido que busca asir nuevamente entre sus dedos. ¿Para qué mira uno fotos, si no es para mejor ejercitar y dirigir la facultad de la memoria?

La tarea de contemplar fotos exige una exclusividad inmaculada. No se pueden ver fotos viejas mientras se escucha un partido de fútbol por la radio, ni mientras se almuerza un bife de chorizo con papas…nada de televisión…Apenas un sillón bien iluminado. Como mucho, una música tenue, capaz de reforzar ciertos efectos. Nada distractivo, nada capaz de torcer nuestros ojos y nuestro espíritu de eso otro que nos convoca. De esos rostros que nos miran en silencio.

Cuando miro fotografías soy muy ambicioso, me imagino lisa y llanamente la vida. Porque una foto es eso: es la vida como era entonces. Por supuesto que no hablo de fotos del mes ni del año pasado. Hablo de fotos en serio…fotos de treinta años para atrás. Porque las que cuentan son esas. Esas que te hablan desde una vida que era otra, otra totalmente distinta, donde el mundo era otro.
Porque pensaban en otra cosa. ¿En qué iban a pensar? Si su mundo era ese. Ese que no sabía cómo prevenir la polio; o ese otro que lloraba a Kennedy y le tenía un miedo pavoroso al triunfo mundial del comunismo; o aquel que contaba los días para que Perón volviese a arreglar todo de una vez y para siempre…

Ellos miran silenciosos, en general sonrientes, casi siempre con cara de ingenuos. Claro, si no tienen la más pálida idea de lo que va a venir. O peor todavía, ignoran que lo que ellos temen, que lo que ellos saben, que lo que ellos sueñan, ya se fundió en el polvo. Desconocen la sencilla verdad de que el mundo que vivieron, no era el mundo, sino simplemente un mundito fugaz…

Y aquí es donde resulta inútil y redundante que siga… porque nosotros también poblamos ciertas fotos. Allí yacemos, en nuestras estatuas planas y modestas. Convencidos del enorme valor, de la importancia, de la trascendencia profunda de nuestro respectivo y minúsculo mundito. Este que no es el de nuestros muertos, y que parece tan firme y tan importante, y tan definitivo. Y que, sin embargo terminará siendo parte del mismo polvo que nuestros huesos…

Quedarán las fotos, ellas sí han de trascendernos en algún cajón de la cómoda. Y tarde o temprano, llegará el tiempo de que alguien nos exhume y nos vea así: silenciosos, convencidos, sonrientes, descorazonadoramente ingenuos.

Adaptación de Fotos viejas - Eduardo Sacheri

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